Cierra los ojos y mírame. Frase extrañamente perfecta para abrir, quizá, una de las mejores baladas de los Crimson.
Es imposible no sentir la atmósfera cargarse de una neblina rosada y espesa, que nos rodea en una confabulación de cuerdas. Fripp y Belew hacen lo suyo, transportándonos como en un vuelo, haciéndonos, literalmente, caminar en el aire, flotar. Levin entrega un bajo delicioso, que se compenetra melodiosamente con la armonía de las guitarras, en un ritmo sinuoso y suave, marcado por Bruford, como quien atraviesa el cielo, buscando un no sé qué, la razón de los secretos de la noche. Y si tengo que hablar de la voz de Belew... creo que ha quedado claro que esta Nueva Crimsoniana tiene cierta debilidad por él. Instrumento increíble que se goza en su totalidad en esta balada.
En el medio y el final de la canción, se puede disfrutar de la fuerza de la música. Cerrar los ojos se vuelve inevitable. Es un deleite para los sentidos. Las palabras no alcanzan para explicar la magia y tonalidad de esta canción. Tiene tantos matices e intensidades. Pueden sentirse tantas cosas oyéndola, desde melancolía hasta añoranza, pasando por la nostalgia y la ternura.
Está claro, si sientes eso, el vértigo, los latidos, los pasos etéreos, la envoltura de nubes voluptuosas, la fuerza, la pasión, el dolor... estás caminando en el aire.